martes, 18 de mayo de 2010

centro comercial

de repente me di cuenta de que estábamos sentados mirando las escaleras de un centro comercial al aire libre. no había nadie más, tú y yo, nadie más. después me levanto con la agilidad de un gamo, te has reído para desaparecer ante mis propios ojos anonadados.

el centro comercial está ya a rebosar de gente. quiero salir de aquí, así que supongo que lo más cómodo será coger el ascensor. en el ascensor hay veinte personas, hace calor. es un ascensor, pero en realidad viaja en horizontal, me temo entonces que debe ser más un funicular que un ascensor. el mayor problema que le encuentro al hecho, desconcertante por cierto, de que su trayectoria no toque nunca el suelo se basa en la hipótesis fundada de que nunca llegaré a mi destino. me resigno, ¿qué otra cosa podría hacer? realmente hace mucho calor aquí dentro.

el ascensor para, bajo, vuelvo a montar. el ascensor para, bajo, vuelvo a montar, el ascensor para, bajo, vuelvo a montar. el ascensor para, bajo, vuelvo a montar. etc.

así, sin oficio ni beneficio.

mientras tanto me entretengo en mirar a las personas que, como yo, cogen una y otra vez el ascensor. no parece que la gente esté preocupada. parece un acto social jovial. unas señoras muy dicharacheras llevan varios carros con bebés fumadores, es realmente desconcertante.

después de muchas idas y venidas cada vez quedamos menos cogiendo el ascensor. me he enterado, porque unos reclusos lo hablaban en el descansillo, de que existe una manera de salir de este despropósito de viaje. -si te llevan a enfermería, para lo cual alguien ha de determinar que estás enfermo (se sobreentiende), te curan y después ¡zas! te sacan de aquí- decían los del descansillo, como en secreto. yo he intentado ponerme enferma, sobre todo he intentado recordar que tengo una enfermedad, sé que tengo una, pero es que ahora mismo no me acuerdo -piensa patata piensa- me digo en voz muy baja, para que no crean que estoy loca.

ahora ya no queda nadie, escucho susurros en una habitación que da al descansillo. dos enfermeras hablan de toda esa gente que está hospitalizada. me quito la chaqueta y la pongo encima de la mesa -¡¡¡cuidado!!!- miro el bolso, debajo de mi chaqueta. dentro del bolso que está debajo de mi chaqueta hay un bebé dormido. ¡ah! ¡ahora me acuerdo! esa enfermedad es que había tenido un bebé hacía poco, sí, de verdad, les digo. no me creen. me levanto la camiseta para demostrarlo, tengo la cintura envuelta en papel transparente, ese que se usa para guardar el pescado congelado y los filetes de pollo. me desenvuelvo. ahora sí puedo salir del centro comercial.

y al salir te encuentro. y te has reído apareciendo ante mis ojos anonadados.

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